08 Mar Entrevista a Laura Orío: «El estudio del impacto de las adicciones sin sustancia en los circuitos cerebrales es mucho más limitado, esta guía busca ayudar en la práctica clínica»
Pregunta. Ha coordinado esta guía junto con Francisco Arias, ¿Qué destacaría de ella? ¿Qué objetivo persigue la guía?
Respuesta. El objetivo de esta guía clínica basada en la evidencia es recopilar de forma rigurosa toda la evidencia científica que existe hasta el momento sobre conductas de elevado riesgo adictivo, cuáles pueden ser consideradas adicciones conductuales y cuáles no, según la evidencia, estrategias preventivas, de intervención y tratamiento que han demostrado más utilidad en la clínica, etc. con el fin último de mejorar la práctica preventiva y clínica de las llamadas adicciones comportamentales.
P. ¿Por qué es importante esta herramienta para los profesionales?
R. Existe todavía cierta controversia respecto a estas adicciones y mucha variabilidad en cuanto a los instrumentos de medida. Esta guía recoge recomendaciones para ayudar a los profesionales en su práctica clínica, con el fin último de mejorar la calidad asistencial y disminuir la variabilidad profesional que existe en el campo de las adicciones comportamentales.
P. ¿En qué consiste una adicción sin sustancia?
R. Tradicionalmente hemos hablado de adicciones refiriéndonos a aquellas inducidas por sustancias químicas que interfieren en procesos cerebrales, usurpando, por ejemplo, la capacidad del cerebro para la toma de decisiones conscientes y la inhibición de conductas que son dañinas para el individuo. En los últimos años se sabe que determinadas conductas podrían estar afectando a los mismos sustratos cerebrales que estas sustancias químicas y produciendo patrones de comportamiento adictivos similares a las drogas, son las llamadas adicciones sin sustancia, adicciones conductuales o adicciones comportamentales. Es decir, serían hábitos de conducta aparentemente inofensivos pero que, en determinadas circunstancias o individuos pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en el funcionamiento de la vida cotidiana, generando una dependencia psicológica. El foco está en la relación que el sujeto establece con dicha conducta en cuestión. Podrían incluir el trastorno por juego patológico o la adicción a videojuegos, o incluso ampliarse en el futuro a otras conductas como la adicción al sexo o a las compras.
P. ¿Qué implica a nivel cerebral?¿Se puede equiparar una adicción con sustancia a otra sin sustancia?
R. Hasta el momento tenemos muchísima información neurobiológica acerca de cómo afecta el consumo de determinadas drogas, como la cocaína, los opioides o el alcohol, en el cerebro, pero el estudio del impacto de las adicciones sin sustancia en los circuitos cerebrales es mucho más limitada. Sí se sabe que este tipo de adicciones sin sustancia podría compartir muchos de los mecanismos cerebrales alterados por el consumo de drogas de abuso, aunque no hay que descartar que el uso de tóxicos puede tener, además del peligroso potencial adictivo que sería común entre ambas adicciones (con y sin sustancia), riesgos somáticos importantes, como alta toxicidad, riesgo de sobredosis, etc. de forma que hay que tener también esto en cuenta a la hora de poner ambas adicciones al mismo nivel. El impacto sobre determinados aspectos psicológicos y de la salud, aislamiento, consecuencias sociales, económicas, etc. sí puede ser probablemente equiparable entre ambas.
P. ¿Se conoce la incidencia de esta problemática? ¿de las adicciones a juego? ¿del uso problemático de los dispositivos electrónicos u otros sin sustancia de los que también habla esta guía?
R. Es difícil conocer con exactitud la incidencia de esta problemática, dado que la propia definición de algunas de estas adicciones ha generado, y todavía genera, cierta controversia en su definición. Algunas conductas han venido siendo recogidas como potencialmente adictivas en la literatura desde hace mucho tiempo, pero todavía no tienen reconocimiento como entidades clínicas por los sistemas nosológicos. Por ejemplo, una posible adicción a internet o al teléfono móvil, han sido propuestas como posibles adicciones sin sustancia hace décadas, y todavía hoy siguen sin consideración clínica específica. Son ejemplos de la dificultad que entraña el estudio de estas conductas, sin un consenso diagnóstico sólido y con una heterogeneidad de prevalencias importante entre diversos autores debido también a la diversidad de criterios e instrumentos de medida utilizados.
P. ¿Qué se puede hacer para mejorar la prevención?¿Dónde poner el foco de cara al futuro como profesionales? ¿Y como sociedad?
R. Sin lugar a duda, la actuación de los profesionales tiene que estar siempre basada en evidencia científica de calidad. Es primordial conocer cómo está el estado de la cuestión respecto a este tema, identificar factores de riesgo y protección con mayor peso predictivo, así como población más vulnerable, de ahí una guía clínica basada en la evidencia, para poder abordar de forma rigurosa la prevención, intervención y tratamiento de estas conductas. Como sociedad, debemos estar alerta al riesgo que pueden suponer ciertas conductas, especialmente en los jóvenes, evitando no obstante patologizar en exceso actividades que forman parte de nuestro día a día.
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